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Sinopsis

El punto central de este relato lo constituyen lo evocado y el aura envolvente de la evocación. De ahí que leer sus páginas signifique penetrar en un doble proceso creativo, concebido mediante la remembranza y una implacable búsqueda interior de la infancia del autor. Dos son las fuentes para esta tarea: la mirada del niño que fue y el acercamiento delicado y dubitativo al lejano pasado, adentrándose para ello en el territorio de la memoria.

Publicada por primera vez en 1942, la obra recibió el Premio del Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay y los elogios de autores como Ramón Gómez de la Serna y Jules Supervielle, lo que demuestran el valor de este libro.

 

Sobre el autor

Felisberto Hernández (Montevideo, 20 de octubre de 1902 - 13 de enero de 1964). Pianista y escritor. Realizó numerosas giras presentando conciertos por el interior de Uruguay y de la Argentina. Fue compositor, destacándose entre sus obras: Canción de cuna, Primavera, Negros, Marcha Fúnebre, Crepúsculo. En 1925 publicó su primer libro, Fulano de Tal. Posteriormente Libro sin Tapas (1929), La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931). Su interés por la filosofía, la psicología y el arte, lo llevó a integrar el círculo de amigos al que pertenecían Carlos Vaz Ferreira, Alfredo y Esther Cáceres y Joaquín Torres García, entre otros.

Hacia 1940 abandonó definitivamente su carrera de pianista y se dedicó a la literatura. En 1942 publicó, Por los tiempos de Clemente Colling, que marca una nueva etapa en su proceso creativo. Le sigue en ese mismo año El caballo perdido, un libro de evocación y al mismo tiempo de análisis de esa evocación, obteniendo un premio del Ministerio de Instrucción Pública.

En 1946 viajó a París con una beca del gobierno francés. Pero será en 1947, con Nadie encendía las lámparas, cuando la fantasía entre a jugar un rol primordial en la construcción de su narrativa. A partir de ahí sus creaciones se situarán en un plano de equilibrio entre la memoria y la fantasía: Las Hortensias (1949), Lucrecia (1953), La casa inundada y El cocodrilo (1962), y en la póstuma e inconclusa Tierras de la memoria (1965). El equilibrio entre ambas raíces de la narración es notorio y constituye, sin duda, uno de los pilares de su belleza. En 1955 publicó su "manifiesto estético": Explicación falsa de mis cuentos en La Licorne.

Reseñas

Lo que amamos de Felisberto es la llaneza, la falta total de empaque que tanto almidonó la literatura de su tiempo

Julio Cortázar

 

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