La pluma, la pasión y la palabra

Publicado el 14 de abril de 2016, 15:29

Coincidiendo con la fecha del 14 de abril la editorial Dyskolo presenta hoy «Cartas y crónicas de España», del periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, un testimonio vital y comprometido donde se reúnen los artículos que el autor escribió durante la guerra civil española, como corresponsal para las revistas «New Masses» de Nueva York y «El Machete» de México, entre otras, además de algunas misivas redactadas por el periodista desde el exilio neoyorquino.

La edición de estos textos, prologada por Enric Llopis, se presenta cuando se cumplen 80 años de la muerte del autor (ocurrida el 19 de diciembre de 1936 en el frente de Majadahonda) y 80 también del inicio de la contienda española.

Cartas y crónicas de España

Pablo de la Torriente Brau

Prólogo: Enric Llopis

Edición 1.0. abril 2016

epub: 533 Kb. / mobi: 647 Kb. / pdf: 235 pág.


Prólogo a «Cartas y crónicas de España». La pluma, la pasión y la palabra

Enric Llopis

Había una vez periodistas que no contaban con la apoyatura de Google, ni con el salvavidas de Wikipedia. Que por las limitaciones tecnológicas no era posible la comunicación en tiempo real, con excepción de la radio, y que sin tabletas, dispositivos móviles ni redes sociales redactar una crónica o elaborar una entrevista suponía arrojarse a la aventura. Puede que ayudaran a los reporteros los rudimentarios magnetófonos y las elementales máquinas de fotografiar, pero con pasión, utopía, papel y pluma se compensaban las insuficiencias de la técnica. Los medios de comunicación estaban menos especializados, no exhibían la actual profusión estadística y formalmente se ofrecían al lector con una presentación más tosca. Pero lo que perdían en aparataje multimedia lo ganaban en naturalidad, sencillez y una buena dosis de vitalismo. Nacido en San Juan de Puerto Rico el 12 de diciembre de 1901, el periodista y revolucionario Pablo de la Torriente Brau fue uno de los grandes reporteros de la historia cubana, de aquellos que buscaban la noticia en la trinchera y de la viva voz de su fuente. Murió, de hecho, el 19 de diciembre de 1936 en Majadahonda (Madrid), hasta donde se desplazó para cubrir la guerra civil española durante tres meses para las revistas «New Masses» de Nueva York y «El Machete» de México, entre otras. Conseguía las informaciones en el frente, en las ciudades bombardeadas o en la puerta de los ministerios. Iba, veía y contaba.

La editorial Dyskolo recopila ahora, muy oportunamente, las cartas y crónicas de España escritas por Pablo de la Torriente Brau, además de algunas misivas redactadas por el periodista desde el exilio neoyorquino. La edición de los textos viene a cuento en una época en que, si bien se reconoce imposible la «objetividad» periodística, se sacraliza el rigor de las informaciones, si es posible con muchas cifras, y se desconfía de aquel redactor que no se distancia prudentemente de los hechos. Como si escribir con la piel, con la sensibilidad muy despierta y en la defensa de unos valores implicara una falta de respecto al lector. Se desprecia hoy como «panfleto» todo escrito que nace de las tripas y no esconde -de manera hipócrita- la ideología de la que se parte. El reportero cubano no pertenecía al gremio de la exquisita equidistancia. No oficiaba el periodismo de día y guardaba la militancia para la noche. Por eso murió combatiendo en la defensa de Madrid (diciembre de 1936) contra el fascismo, al igual que se enfrentó unos años antes al dictador Gerardo Machado, quien gobernó Cuba entre 1925 y 1933. Por formar parte del movimiento estudiantil que plantó cara al tirano fue herido en la cabeza durante una manifestación, además, pasó por diferentes prisiones (dos años y medio en el «Presidio Modelo» de Isla de Pinos) y tuvo que exiliarse a Estados Unidos, donde continuó batallando. Durante su estancia en Madrid y Barcelona no sólo escribió reportajes y entrevistas, sino que también fue designado Comisario de Guerra y miembro del Estado Mayor del 109 Batallón de la Séptima División. Escribía y combatía. Tal vez a Pablo de la Torriente le bastara como divisa una sola línea de su artículo «La revolución española se refleja en Nueva York»: «No creo en la imparcialidad. Porque, probablemente, sin pasión no hay verdad».

El cronista cubano pertenece a esa estirpe de reporteros que el historiador Paul Preston rescata en «Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España». Gente de raza como el periodista Louis Fischer, quien departía cotidianamente con el presidente Negrín, aconsejaba a líderes soviéticos y confesaba: «El instinto más fuerte que tengo es la curiosidad». Este «hombre de influencias», tal como lo define Preston, pedía mayor energía y determinación en la defensa de Madrid, tal como se hizo en 1919 en Petrogrado. También se le puede emparentar con el periodista George Steer, autor del libro «El árbol de Gernika», una de las diez mejores obras sobre la Guerra civil española. O con otros ejemplos de reporterismo militante, como Jay Allen, quien redactaba textos periodísticos pero también ayudaba a que pudieran fugarse refugiados republicanos y voluntarios antifascistas. Otros antecedentes de Pablo de la Torriente Brau pueden encontrarse en un libro del periodista cubano Juan Marrero, uno de los fundadores de la agencia «Prensa Latina» y del diario «Granma»: «Dos siglos de periodismo en Cuba». En este ensayo se recuerda que Pablo de la Torriente se inició en el periodismo en 1920, en «Nuevo Mundo» y «El Veterano». Tras su detención en 1931 junto a un grupo de dirigentes estudiantiles publicó en el diario «El Mundo» la serie de reportajes «105 días de prisión». Trabajó asimismo en el «Ahora» como corresponsal en las zonas rurales, periódico que acogió sus artículos «La isla de los 500 asesinatos». Juan Marrero acaba definiendo a Pablo de la Torriente como a un «extraordinario periodista, en lo profesional uno de los grandes que ha tenido Cuba»

No es menor la relación, en el fondo y en la forma, con otro de los grandes, el reportero comunista John Reed, quien narró -o mejor dicho, relató- la Revolución Rusa y el México insurgente de Pancho Villa. La lectura de las crónicas de Pablo de la Torriente zanjan, sobre el papel, buena parte de las agotadoras polémicas sobre las diferencias entre el género literario y el periodístico, las brumas entre realidad y ficción o la neutralidad del autor. También resuelve otras viejas discusiones, como si el reportaje y la crónica pueden considerarse Literatura. Y lo hace sin alambiques ni grandes especulaciones. Tan sólo inundando el texto de pasión, imprimiendo una potente musculatura a las palabras y, tal vez la tarea que requiere de más oficio, mezclando el trazo grueso e impresionista de la crónica con el pequeño detalle de situación. A esto ayuda que Pablo de la Torriente fuera algo más que un periodista (escritor de periódicos), pues a su obra como reportero ha de agregarse todo el trabajo epistolar («Presidio Modelo», «Nueva York» o «Madrid»), las poesías («Motivos del viaje bajo la noche lunar»), novelas como «Aventuras del soldado desconocido cubano», ensayos («Álgebra y política») y cuentos («El héroe», «Batey» o «Asesinato en la casa de huéspedes»). Constituido en 1996, el Centro Cultural que lleva su nombre y se ubica en Habana Vieja difunde su legado, y destaca cómo el cronista incorporó la riqueza del habla popular y la agudeza del humor en su extensa obra (murió en plena guerra española los 35 años).

Pero más allá de las reflexiones sobre los reportajes y la digresiones literarias, las cautelas introducidas en los prólogos y los consejos que pervierten la inocencia del lector, las «Cartas y crónicas de España» publicadas por la editorial Dyskolo apelan a un verbo mucho más sencillo, leer. Es en la lectura desnuda y sin muletas de los textos -incluidos en la primera edición de «Peleando con los milicianos (México, 1938), además de varias cartas y los artículos «La revolución española se refleja en Nueva York» y «América frente al fascismo»- donde se esconde este pequeño tesoro. En las cartas desde el exilio se pueden descubrir los motivos que le conducen a España: «Voy a aprender allá. Y tal vez a asistir a sucesos insignes. Y no me cabe duda ninguna de que el mundo entero gira hoy alrededor de la revolución española», le escribe Pablo de la Torriente a su amigo Raúl Roa en agosto de 1936. Ambos fueron fundadores de la Organización Revolucionaria Cubana Antiimperialista un año antes.

Unas líneas más abajo el periodista se abre en canal: «Y en el orden personal no quiero decirte lo que salgo yo ganando en experiencia política y revolucionaria y en oportunidad de trabajo humano, que es lo más me atrae. Si no me voy, me enfermo. Es cosa ya decidida». Le moviliza la fe del utópico que ha encontrado su ideal: «Creo, firmísimamente, que allí (en España) está mi puesto, tanto como periodista como revolucionario». En su primera crónica, «¡Des Avions pour l’Espagne!», pinta los ambientes de fraternidad con la II República que encontró en las calles de París y Bruselas, así como la colecta de fondos para la causa. De la «Pasionaria famosa» destaca «su nombre, su majestad patética, su enorme fuerza moral, su palidez de cansancio…». En Barcelona, donde ya se encontraba el 18 de septiembre de 1936, resalta la cooperación del pueblo con los «elementos revolucionarios» en la requisa del dinero, y «todo lo obtenido está a disposición de las autoridades». Pero tiene poco sentido alargar más el introito de lo que viene a continuación, sería «quemar» innecesariamente la lectura. Pero sí cabe una mención al encuentro con Miguel Hernández veinte días antes de que el periodista muriera de un balazo en el pecho. El poeta compuso en memoria de Pablo de la Torriente Brau «Elegía segunda»: «Me quedaré en España compañero», me dijiste con gesto enamorado…

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