Entrevista a Yunier Riquenes García, autor de La edad de las ataduras
Por Antonio C. Marín


Narrador, poeta, investigador, promotor y periodista cultural. Yunier Riquenes García (Jiguaní, Cuba, 1982) puede ser clasificado como creador en cada uno de esos campos, pero ello no compondría un acertado retrato porque, en realidad, sus intereses y sus textos se entremezclan logrando un mestizaje de estilos e influencias que dan lugar a composiciones originales, únicas. Quizá por ello ha sido merecedor de numerosos galardones literarios, periodísticos y como gestor cultural, entre ellos dos menciones en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en 2019 y 2023. Ha publicado una treintena de libros en Cuba y en otros países, el último de los cuales, La edad de las ataduras, apareció en 2025 de la mano de la editorial Dyskolo.
En La edad de las ataduras nos presenta un emotivo universo femenino, cuyas interioridades, miedos, deseos, anhelos… eclipsan a unos hombres distantes, crueles y egocéntricos. Llama la atención esa sensibilidad especial a la hora de describir cómo se expresan, sufren y viven las mujeres en el relato. ¿Cómo fue esa preparación para meterse en la piel de las mujeres? ¿Qué diferencias encuentra entre el comportamiento de los hombres y de las mujeres en la vida común? ¿Y en momentos de crisis como puede ser una guerra?
Las mujeres, los hombres y la guerra son asuntos que siempre me han preocupado. De niño oí hablar de las guerras, de niño tuve cerca a las mujeres con la mejor mujer del mundo para cada persona: la madre. Cerca tuve a otras mujeres que amo. Como perdí a mi padre casi al cumplir los tres años, mi madre fue padre y madre. Desde entonces muchas mujeres se convirtieron en lo más importante de mi vida para sobrevivir. También algunos hombres, pero la mujer fue la que me dio la fuerza y el empuje. De niño aprendí entonces lo que vale la fuerza, la palabra y el sacrificio de una mujer, y de niño vi la relación del hombre y la mujer en una sociedad machista; un modelo que muchas veces los medios de comunicación también reproducían y aún reproducen. Por suerte, con el tiempo ha ido cambiando. Yo quería narrar lo que vivían aquellas mujeres que vi de cerca, sus sueños y desesperanzas con los hombres que formaban parte de sus vidas, las formas en que algunas de ellas también asumían la violencia de algunos hombres.
Para escribir sobre las mujeres no hay que ser necesariamente mujer. Quería que este texto recogiera sus anhelos y pesadillas.
Para mí el hombre y la mujer son personas que aman y sufren, que reproducen los modelos que han aprendido y que muchas veces, para ser felices, deben desarmar. Para entrar al universo femenino bastaba/basta mirarlas, prestarles atención, oírlas; saber qué historias tenían y tienen aún para compartir. Para escribir sobre las mujeres no hay que ser necesariamente mujer. Quería que este texto recogiera sus anhelos y pesadillas. Yo miraba y escuchaba las historias de hombres y mujeres.
Recuerdo también un lugar donde me cuidaban, allí las discusiones eran casi todas las noches. El hombre golpeaba a aquella mujer que me servía el almuerzo y me cuidaba. En algún momento le vi las huellas de los golpes en su rostro. También oí historias de hombres que asesinaban a las mujeres por infidelidades: a cuchilladas, a golpes, con un hacha, y tantas historias, pero también había hombres buenos; hombres que cuidaban a sus hijos y compartían las tareas con las mujeres. Ahí van parte de los recuerdos de infancia, de la mirada de un niño detrás de las cortinas.
La guerra estaba ahí también, el conflicto bélico que el hombre se inventa para dominar al otro y mostrar superioridad, para despojar. Entonces la guerra no es sólo para mí el conflicto bélico de Angola, guerra en la que participaron muchos cubanos, hombres y mujeres. Es una guerra que tiene que ver también con los conflictos domésticos de dominación y violencia familiar. De niño soñaba con la guerra. La guerra de Angola, la invasión a Panamá, en el 89, y en el 91, la guerra del Golfo. Nunca olvido aquellos días en que en las montañas cercanas a casa abrían túneles para tiempo de guerra adonde había que meterse en las falsas alarmas de combate; nunca olvido las horas en que traían las noticias de vecinos muertos en la guerra de Angola. Alguno llegaba vivo y traía una moto y hacían fiestas, pero otros sólo se convertían en noticias de muerte. También se hablaba de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Era 1989 y 1991, y yo tenía siete y nueve años.
Casi al cumplir 43 años la guerra sigue siendo un fantasma en las noticias de la realidad y en mis sueños. Cuánta guerra, cuánta sangre derramada, incluso la de tantos niños inocentes. La guerra siempre es crisis. La edad de las ataduras pretende ser una novela antibélica y de amor a las mujeres.
Hay quien considera que en esta novela introduce la poesía en sus páginas dotándolas de un lirismo poco común en una novela. ¿Cómo se definiría si tuviera que hacerlo, más poeta que narrador o viceversa? ¿Cómo se concreta esa dualidad a la hora de ponerse a escribir?
Cuando escribí esta novela no era consciente de la poesía que habitaba en mí. Siempre leí poesía y me fui dando cuenta de que en mi escritura era imposible distanciarme de ella. La prosa asumió una poética que tal vez es deudora de poetas como José Martí y César Vallejo, y de esa poesía que tiene también lo que narra Juan Rulfo en sus cuentos y en su novela. Y por supuesto, fui encontrando la prosa poética que narra certeramente. Esta novela tiene fragmentos que pueden leerse como poemas, versos, imágenes. Creo que la manera de asumir los sueños de la protagonista y parte de su vida exigía la poesía, imágenes pictóricas. Después de esta novela escribí libros de poesía. Y ya lo que escribo actualmente tiene mucha poesía. Hoy en día, aunque narre se nota la intención de un poeta y aunque escriba poesía es evidente el interés por narrar una historia. Creo que he ido encontrando un punto medio donde poesía, verso y narración se conjugan, se fusionan.
Hay también una marcada oralidad en el texto, que lo acerca más al cuento, o quizá a la poesía, que a la novela. ¿Qué buscaba con ello?
También soy deudor de la oralidad latinoamericana, esa que es una herramienta, un recurso en la literatura latinoamericana, y en la cubana, especialmente. La oralidad es una fuente de riqueza que ofrece diversidad de personajes y situaciones, para mí explica la esencia humana. Hay muchos escritores que en sus historias de vida y también al hablar de su escritura han contado que van escuchando a la gente, y le van robando esas respuestas y preguntas, esas reflexiones que van haciendo. El escritor cubano José Soler Puig, por ejemplo, decía que era un ladrón de ideas, iba a escuchar a la gente, hasta grabó a su esposa para una novela. Otros, aunque no lo han dicho de esta forma, lo han dicho en el texto. Basta leer los diálogos directos o indirectos libres para saber. Cortázar, Vargas Llosa, los cubanos Soler Puig, Guillermo Vidal, y tantos otros. A veces el chisme, el comentario, se convierte en un texto literario hondo. Mis personajes se enriquecen y toman vida de la oralidad. Allí hay un organismo vivo, hay poesía y narración.
Encontré la estructura de esa novela porque mi madre me contaba todos los días lo que había soñado, como si los sueños fueran constantemente una premonición de la vida.
La novela tiene una doble vertiente: por un lado, la historia más visible de la protagonista, fragmentada e incompleta, que obedece a la lógica de la realidad cotidiana, de lo verosímil, y al mismo tiempo una narración más enigmática que va surgiendo a medida que avanza la novela, y que obedece a una lógica más profunda, del deseo, de los sueños, de los recuerdos y la memoria, una lógica claramente más ficcional. Llegando a darse la paradoja de que el lector va a buscar respuestas en el espacio de lo imaginario, en lugar de hacerlo en el universo de la realidad establecida. ¿Cuál es la función de ese doble relato para el autor? ¿Cómo lo concibió al abordar la construcción de la novela?
Yo vi a una mujer que no dormía, como un verso de la escritora cubana Reina María Rodríguez. El hallazgo entre realidad y sueño me lo dio la observación. Para escapar de la realidad aquellas mujeres planteaban sus deseos de otra realidad en los sueños. Era en los sueños donde algunas de ellas eran amadas, y eran libres de maltrato, donde únicamente se podían revelar. Encontré la estructura de esa novela porque mi madre me contaba todos los días lo que había soñado, como si los sueños fueran constantemente una premonición de la vida, de lo que se iba a vivir en cada jornada. Eso lo soñé, me decía. Allá donde viví la infancia se creía en el poder revelador del sueño como señales en la vida, hasta para los que jugaban la lotería. Creo que también hay algo en mí de eso. En mi cotidianidad actual sueño, y vivo. Y escribo algo más que el sueño de Poe y Calderón de la Barca.
Con respecto al marco de la novela, tanto espacial como temporal, la historia transcurre de forma difusa en un país que no se nombra y en unos años que no se explicitan. Sin embargo, desde el primer momento siempre dejó claro que La edad de las ataduras se desarrolla en Cuba durante la época de la guerra en Angola. ¿Qué se puede decir, décadas después, de cómo la guerra y el rearme militar, al menos en Europa, “marca la historia de las mujeres como esposas, hermanas y, sobre todo, madres”?
En la licenciatura, en una clase de Narratología, estudiamos el cronotopo. Mi profesor Lino Verdecia Calunga habló de algo que no olvido: cronotopo cero, sin marcar tiempo ni lugar. Y eso me llamó la atención. Hay mucho de lo que escribo que puede entenderse desde el primer momento en Cuba. Obviamente, están las referencias, la oralidad, el lenguaje, las palabras, los silencios, pero desde entonces quiero que los lectores que se acerquen a lo que escribo lo puedan leer, interpretar, extrapolar a sus lugares e historias. Desde entonces lo que escribo pretende ser testimonio de una época, de un lugar, pero también habitar en otros espacios donde los hombres y las mujeres sufren las mismas discriminaciones y vejaciones, y sobre todo aman terriblemente. Releyendo la novela y respondiendo esta entrevista me doy cuenta de qué poco ha cambiado para el mundo lleno de guerras donde aún las mujeres sufren las muertes de sus hijos en la primera línea de combate o en los primeros años o días de su infancia.
Recientemente, en el servicio militar obligatorio en Cuba han muerto muchachos imberbes. No los llevaron a Angola. A unos los llevaron a apagar un fuego en Matanzas en aquellos tanques de petróleo, y otros en naves de embalaje de municiones. Yo fui en un momento de mi vida un embalador de granadas. Yo pude ser uno de aquellos muchachos que pudo haber volado en uno de aquellos túneles. La novela discurre en un tiempo que pudo ser hace más de veinte o treinta años, y que puede ser hoy mismo.
Me gusta que los lectores entren a un mundo ficcional y no darles todo. Marcar las situaciones, caracterizar, pero dejarles también a los lectores una parte de creatividad y participación.
¿Cómo afecta la extensión del relato a los hechos que cuenta? ¿Qué ventajas o razones encontró para decantarse por una novela corta?
La novela corta es un reto. Algunas veces prefiero frases cortas que resumen un sentimiento, escenas breves sin tantas descripciones. Me gusta que los lectores entren a un mundo ficcional y no darles todo. Marcar las situaciones, caracterizar, pero dejarles también a los lectores una parte de creatividad y participación. Eso no quiere decir que no voy a cerrar las historias, creo que abro más posibilidades. Y en este caso este texto es de difícil lectura. Su estructura fragmentada, que trae deudas y homenaje a Mario Vargas Llosa, esas historias que él planteaba en sus novelas contando y completando las historias de sus personajes, donde el lector iba encontrando quién narraba. Tengo un amigo muy especial, al que le regalé el libro, que hizo planos para entender la novela. No es un lector avezado. Pero, al final, me explicó la construcción de los planos narrativos. Esta novela corta fragmentada permite narrar, presentar diversos personajes y registros. Diferentes preocupaciones e intertextualidades.
¿Y dificultades? Sobre todo, a la hora de decidir qué partes de la historia se incluyen y cuáles quedan fuera.
También recuerdo mi croquis con esta novela, por partes y escenas. Con este libro sabía a dónde iba desde el inicio hasta el final. Sabía que no tendría mucho más de cien cuartillas. La primera versión la escribí en mi máquina de escribir en El Granizo, escuchando el sonido de la madrugada en el campo cubano. Sabía, intuía desde un primer momento que no sería una novela de más de doscientas páginas. Sería breve. Por tanto, eso quería lograr, síntesis y profundidad. Hay capítulos muy breves, de cinco o diez líneas. Por supuesto sí quedaron fuera frases redundantes, adjetivos, palabras, pero no largos fragmentos o capítulos como me ha sucedido con otros libros. El reto fue ser concreto para decir, contar lo que sucedía en cada uno de los pasajes de la vida de los personajes y unas veces describir al personaje por su manera de vestir y andar, pero la mayoría de las veces por las acciones que acometía y por las palabras.
Decía Gilles Deleuze que en un cuento importa qué es lo que va a pasar, mientras que en una novela corta (nouvelle) importa saber qué es lo que ha pasado. ¿Está de acuerdo o admite matices?
Para mí importa lo que va a pasar y lo que ha pasado. Aquí hay una mezcla entre el cuento y la novela. Es un camino intermedio. El cuento te coloca de inmediato en lo que va a pasar y cómo se va a resolver, cuál será el final. En la novela pasan muchas cosas, hay un tiempo o espacio más extendido. En la novela corta busco que haya de los dos, con detenimiento, pero sin tantas demoras, atento a lo que sucederá, a los posibles finales y a los nuevos inicios. ¿La novela corta es más que un cuento y menos que una novela? Para mí no. Cada uno tiene sus particularidades.
Hay novelas cortas que forman parte de mis inicios y recurrencias: El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; La metamorfosis, de Franz Kafka; El extranjero, de Albert Camus; La muerte en Venecia, de Thomas Mann; El perseguidor, de Julio Cortázar; Los cachorros, de Mario Vargas Llosa, y otros tantos ejemplos.
La literatura cubana tiene una enorme riqueza casi desconocida, poco promovida o invisible, pero hay autores hombres y mujeres muy plausibles más allá de los pocos nombres que se han colocado en el mercado internacional.
Para finalizar, una cuestión sobre sus fuentes o estilos de inspiración. Ricardo Piglia consideraba que los escritores se usan unos a otros, en función de los problemas que tienen que resolver en su proceso creativo. En su caso, ¿de dónde vienen esas influencias para avanzar cuando está escribiendo?
Hay muchas influencias en mí. Ya conté de lo latinoamericano, y lo cubano. La literatura cubana tiene una enorme riqueza casi desconocida, poco promovida o invisible, pero hay autores hombres y mujeres muy plausibles más allá de los pocos nombres que se han colocado en el mercado internacional. El siglo XIX europeo y estadounidense también son influencias recurrentes. Estudio la literatura desde los catorce años, y aún la desconozco. Uno tiene influencias de todo lo que va leyendo. Cómo diseñan los personajes, desde la Biblia, las novelas de caballería, el teatro, el periodismo, la pintura, el cine. Todo eso uno lo incorpora a lo que ha leído. También hay una conciencia a creer que todo está escrito. Habrá que reescribir las historias de amor y odio, de guerra, de los años que nos tocó vivir. Guerra por territorios como siempre fue, historias de amor y traiciones como siempre, pero uno debe narrar el mundo de hoy con otras velocidades y máquinas.
Hay influencias en cuanto a formas de narrar y estructuras que ya dejaron otros. La edad… es un homenaje también a Sostiene Pereira, de Antonio Tabucci. Y al Cortázar de “La señorita Cora”, esos juegos para narrar aún me parecen fascinantes. Cuando voy a contar una historia también busco en mi máquina de herramientas las lecturas anteriores, los autores que ya lo hicieron una vez. Y tomo de uno y de otro. Todo lo que cuento tiene influencias. Una vez que tengo clara la historia que voy a contar, salen todas las influencias, lo que voy a tomar, o lo que voy a negar. Y por supuesto queda disfrutar el proceso de escritura, vivir y sufrir con los personajes y sus situaciones, pero disfrutar el punto final y dejar testimonio.
Fuente original: https://letralia.com/entrevistas/2025/09/26/yunier-riquenes-garcia/
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