Rodolfo Walsh, cronista en Palestina

Publicado el 6 de diciembre de 2025, 12:15

La editorial Dyskolo acaba de publicar La revolución palestina de Rodolfo Walsh.


Por Antonio Cuesta

El 15 de mayo de 1974 un comando del Frente Democrático para la Liberación de Palestina llevó a cabo un ataque armado en la ciudad israelí de Maalot, muy cerca de la frontera con el Líbano. Una ciudad construida sobre las ruinas de la arrasada aldea árabe de Tarchiha, en 1948. El escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh, que acababa de llegar a Beirut, recorrió al día siguiente las ruinas de las aldeas libanesas bombardeadas como represalia por la aviación israelí. El territorio del Líbano acogía en aquel momento a 300.000 refugiados palestinos y el ejército de Israel marcaba estos campamentos como «bases guerrilleras».

Walsh había viajado a Oriente Próximo como corresponsal del diario Noticias, para documentar la situación del pueblo palestino tras la creación del estado de Israel, un cuarto de siglo antes, y las sucesivas guerras destinadas a arrebatar las tierras de la población árabe. Más de tres millones de palestinos habían sido expulsados desde 1948, y hasta 1964 se denunciaron más de 63.000 actos de agresión por parte de Israel, convirtiendo estas ‘represalias’ en costumbre y la palabra ‘refugiados’ comienza a ser una constante en la vida del pueblo palestino.

En el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut, un joven palestino relató: «Yo soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados. Nos quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?».

En jornadas posteriores Walsh entrevistó en la oficina de Fatah (Movimiento Nacional de Liberación de Palestina), a uno de los integrantes del Comité Central, Abu Hatem, quien consideró que «la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino», y que sus enemigos «no eran sólo los israelíes, sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países árabes».

La investigación de Rodolfo Walsh daba cuenta del proyecto neocolonial en Oriente Próximo, poniendo énfasis no sólo en el proyecto sionista con el apoyo imperialista de EEUU y Gran Bretaña sino también en la heroica rebeldía del pueblo palestino. Una resistencia de casi ocho décadas que deja en evidencia la negación sistemática de sus derechos, y la propia existencia de toda la población originaria de los territorios ocupados por Israel. Estas crónicas fueron publicadas entre el 12 y el 19 de junio de 1974, bajo el título «La Revolución Palestina», y dieron lugar a una réplica por parte de la Embajada de Israel en Argentina, en la que su responsable de prensa, Mario H. Sejatovich, lamentó la falta de imparcialidad por parte de Walsh, acusándole de incurrir en «flagrantes inexactitudes, deformaciones de los hechos históricos [y] gruesos equívocos». Y aún tuvo el cinismo de presentar a Israel como alternativa a la violencia palestina asegurando que «la verdadera revolución en Medio Oriente es la paz». Entonces como ahora el derecho del pueblo palestino a combatir por todos los medios la ocupación, era (y es) considerado terrorismo y cualquier crítica a la sangrienta política colonial israelí una muestra de antisemitismo.

Lo que Walsh deja en evidencia es el mito fundador del estado de Israel: la tierra prometida por Yahvé (“una tierra sin pueblo a donde debía ir el pueblo sin tierra”); así como la permisividad del Imperio británico para el establecimiento de la diáspora judía en Palestina (la declaración de Balfour, en cuya redacción participó la Organización Mundial Sionista); y el incumplimiento del Plan de Partición de las Naciones Unidas, cuyos únicos perjudicados fueron los palestinos pues nunca llegaron a convertirse en Estado, ni se les garantizó el dominio de su territorio. Todo ello alimentado por una ideología racista y violenta como es el sionismo. El propio fundador, Theodor Herzl, consideró que antes de constituir el futuro Estado Judío habría que organizar «una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo». Mientras que la Organización Sionista de Gran Bretaña se preguntaba en 1921: «¿Quién ha dicho que la colonización de un territorio subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento de sus habitantes? Si así fuera... un puñado de pieles rojas reinarían en el espacio ilimitado de América».

Las masacres y actos de violencia cometidos, primero por las milicias sionistas y más tarde por el ejército israelí, no dejan resquicio a la duda. La enumeración realizada por Walsh, sin ser exhaustiva, plantea un debate que llega hasta nuestros días, y que tiene que ver con la legitimidad de la lucha armada de Hamas. Cuando el autor argentino se pregunta ¿de quién es el terror?, advierte que «se ha perdido de vista la verdad: el palestino despojado de su patria se ha convertido en agresor, la víctima en verdugo» y añade que mientras «el objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones, queda ese resto de legitimidad. El terrorismo israelí se propuso dominar un pueblo, condenarlo a la miseria y al exilio. En la más razonable de sus ‘represalias’, aparece ese pecado original».

Vale la pena detenerse ante esta afirmación y cuestionar ese «resto de legitimidad» que Walsh halla en el terrorismo palestino, trayendo a colación un argumento que Hanna Arendt plantea en su libro Sobre la violencia. En el capítulo segundo considera que «la violencia puede ser justificable, pero nunca será legitima». Una estrategia no violenta, como la de Gandhi en la India, solo puede ser victoriosa cuando se enfrenta a un gobierno que precisa del apoyo y respaldo de la opinión pública. Pero si Gandhi «no se hubiera enfrentado a Inglaterra sino a un enemigo distinto —la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler, incluso el Japón anterior a la guerra—, el resultado no habría sido la descolonización sino la matanza y la sumisión». Quienes se rebelen a un Estado (como es Israel) que no duda en usar con total impunidad una violencia extrema «descubrirán pronto que no se enfrentan a hombres sino a instrumentos cuya falta de humanidad y cuya eficacia destructiva aumentan en proporción a la distancia que separa a los adversarios», apunta Arendt.

50 años después el texto de Walsh sigue vigente, y los cambios experimentados no han hecho sino endurecer hasta el extremo la situación del pueblo palestino. La colonización del territorio por parte de Israel continuó sin descanso, sus dirigentes nunca consideraron cumplir con los sucesivos acuerdos de paz ni con la legislación internacional, y las masacres han llegado a su punto más álgido con el genocidio cometido en Gaza. Es evidente que si algo puede parar este drama, poner fin a esta injusticia histórica, es la opinión pública mundial. La población israelí es rehén —y cómplice— de su élite dirigente, pero quienes no lo somos debemos exigir a nuestros gobiernos que retiren todo apoyo al régimen colonial que abandera Israel en Oriente Próximo.

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Fuente original: https://revistadesbandada.com/2025/11/18/rodolfo-walsh-cronista-en-palestina/

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